Bienvenidos a la apasionante Historia de Roma

A todas aquellas personas que les guste la Historia en general y la Historia de Roma en particular, les doy mi más sincera y afectuosa bienvenida a este blog, en donde a base de pequeños artículos y reseñas pretendo enriquecerles sobre una civilización que si bien nos es muy conocida y estudiada, hay aspectos en donde no lo es tanto, y es ahí donde quiero incidir de manera constante, con el propósito de abrir nuevas perspectivas y enfoques de la Historia de Roma, tratando temas de sumo interés y de gran calado para todos aquellos que visiten este blog. Asimismo, estoy abierto a todo tipo de sugerencias, debates, críticas y opiniones con el objetivo de aprender y mejorar esta nueva andadura, que espero que con el paso del tiempo sea fructífera y cada vez tenga más adeptos. Un cordial saludo.

jueves, 4 de noviembre de 2010

La mujer en el matrimonio romano

Roma no solo destacó por sus victorias militares y conquistas, organización y administración de territorios o por introducir el fenómeno de la romanización. En el ámbito de la vida privada, derecho y costumbres, también alcanzó cotas máximas, sobretodo en época augustea, donde la legislación en lo referente al aumento de la natalidad, y por ende, de los matrimonios, varió sustancialmente. Esto fue debido a un declive demográfico consecuencia de la baja fecundidad, causada, según se decía, por la presencia de plomo en las tuberías que llevaban el agua potable y porque las mujeres llevaban maquillaje en el que se encontraba parte de dicho elemento químico. Sea como fuere la versión dada, lo cierto es que Augusto intentó transformar las costumbres que había anteriormente como el concubinato, adulterio y divorcio favoreciendo las uniones legítimas y estimulando los nacimientos. En el 18 a. C., hizo promulgar la lex Iulia de aldulteris et de pudicitia que convertía el adulterio de carácter público y la lex Iulia de maritandis ordinibus que hacía referencia al ordenamiento matrimonial relativo al orden ecuestre. Estas leyes formaron lo que se dio a entender como una especie de legislación matrimonial cuyas disposiciones más importantes eran suprimir los obstáculos legales para el matrimonio entre hombres libres y libertas (salvo para el orden senatorial) y legalizaba su descendencia, prohibía a los padres oponerse al matrimonio de sus hijos o hijas, complicaba las formalidades del divorcio ya que el esposo sólo podía repudiar a la esposa mediante un acta refrendada por siete testigos y restituyéndole su dote, se penalizaba a los célibes, se excluía a los hombres sin hijos de cargos como los de pretor o gobernador y sobretodo se otorgaba un estatuto privilegiado a los padres de tres hijos o más que se beneficiaban de una situación jurídica especial.
Con esta legislación, Augusto quiso realizar una labor de enderezamiento demográfico y moral, sin embargo, a pesar de todos los esfuerzos llevados a cabo, esta legislación muchas veces fue eludida o invalidada. Autores latinos como Plutarco o Tácito, decían que los matrimonios no querían tener hijos o en su caso sólo uno para poder mantener la herencia y no llegar a la ruina y en contra de lo que se pretendía, los adulterios y divorcios fueron más frecuentes. Muchos, según Séneca en su obra de Beneficiis, se divorciaban para casarse y se casaban para divorciarse.
¿Cómo se contraía en Roma matrimonio?. Básicamente hay cuatro condiciones: a) edad mínima para las mujeres de doce años y catorce para los hombres, b) consentimiento de los esposos aunque en una primera época quién decidía era el pater familias, c) consentimiento del pater familias, si se opone, no hay matrimonio y d) el connubium, es decir, la facultad legal para contraer nupcias, con otras palabras, ser ciudadano romano. Los extranjeros, esclavos, actores y prostitutas estaban impedidos para contraer matrimonio, aunque había casos excepcionales. Otra de las cuestiones importantes a la hora de contraer matrimonio era lo relacionado sobre el parentesco y la afinidad. Del primero, decir que el parentesco en línea descendiente y ascendente (padre-hija, abuelo-nieta o viceversa), estaba prohibido. En línea colateral (hermano-hermana) también lo estaba al igual que el matrimonio con sobrinos y sobrinos-nietos. Del segundo, de la afinidad, estaba prohibido casarse con familiares de la esposa.
De los tipos de matrimonio y de los ritos afines al mismo, no vamos a decir apenas nada, sólo mencionaremos de pasada que en las dos formas jurídicas de contracción de matrimonio, la mujer en ambos casos siempre permanecía bajo la autoridad del marido o del padre. Del llamado matrimonio cum mamum o ad manus, la mujer pasaba de la autoridad del padre a la del marido, siendo una forma patriarcal de matrimonio, dado que la mujer no tenía ningún tipo de derechos sobre sus bienes e incluso sobre su propia vida. del matrimonio sine manum, la mujer no pasaba a depender del marido, sino que seguía dependiendo de la autoridad paterna y en caso de producirse el divorcio, la dote no sería sólo para el marido.
Una vez casada la mujer, desde el primer momento era ya considerada como matrona (entendida aquí como la señora casada con un varón mientras dura su matrimonio) y los efectos en el matrimonio eran evidentes desde el primer día, resumiéndose en los siguientes: a) la esposa participa de la condición social del marido pero no pierde su cualidad de plebeya o liberta, si lo era, cuando se casa con el marido y b) el marido controla la dote, y si hay separación, no está obligado a devolverla. La dote es habitual y si la joven no la lleva al matrimonio, es como si fuera una concubina, por ello, si su padre no la tenía, la pedía a parientes y clientes. La dote podía ser devuelta al padre o a la mujer si el matrimonio se disolvía.
Podemos observar con lo descrito anteriormente, que la situación de la mujer al contraer matrimonio cambia de manera radical y entraba en una nueva dinámica que le suponía una mayor pérdida de independencia. No podía beber o abortar sin el consentimiento de su marido y si cometía adulterio, era castigada de manera más severa (incluso pena de muerte) que el hombre, pero si el marido o el padre de la presunta adúltera en sesenta días no promovían acción penal alguna, la llamada accusatio, ésta se podía interponer por cualquier ciudadano y el marido debía de ser sujeto a pena. Finalmente, si la mujer era condenada, se le incluía en la categoría de probosae, es decir, de prostituta.
El matrimonio con el paso del tiempo, se convirtió en una relación paritaria entre marido y esposa. Ambos tenían que estar de acuerdo y esta relación no cesaba nunca al no ser que el marido pronunciara la famosa frase "tuas res tibi habete" ("llévate tus cosas") con lo que el matrimonio acababa, aunque la esposa podía divorciarse siempre que quisiera, lo que representaba una igualdad en este campo sin precedentes en la Historia Antigua. Las causas de la disolución de un matrimonio eran por varias razones: a) muerte de uno de los cónyuges, si era la mujer, el viudo podía casarse inmediatamente, pero si era al contrario, la viuda debía de mantener luto diez meses, a excepción de cuando el marido hubiera muerto condenado por un crimen y b) por pérdida de ciudadanía, por cautividad, por desaparición o por deportación. En cuanto al divorcio, había tres formas básicas: a) acuerdo mútuo (Divortium communi consensu), b) repudiación de una de las partes y c) impotencia (Divortium bona gratia).
Para ir concluyendo, podemos decir que en Roma el matrimonio era de importancia capital para el desarrollo de la sociedad romana ya que estaba concebido para la procreación y como medio de fomento de la natalidad, aunque en palabras de Modestino, "el matrimonio es la unión de un hombre y una mujer, un consorcio para toda la vida, el compartir el derecho divino y humano", se ve como un vínculo consensualmente elegido y paritario. Lo que sí está claro, es que los romanos practicaron el matrimonio monógamo que representa así un punto de aproximación en la sociedad civil relacionado con la propiedad privada, con la herencia, el asegurar la prole, la monogamia y la representación del adulterio femenino.
¿Y qué hay de la mujer?. Partiendo de la idea de una sociedad patriarcal como la romana, en donde la base política, militar y económica era masculina y el hombre se encargaba del sustento de la familia y de la sociedad con su trabajo y la defendía con las armas si era necesario, casi nos extraña que la mujer tuviese ciertas libertades. También hay que tener en cuenta la dimensión cronológica de la Historia de Roma, en tanto en cuanto hubo una evolución en el papel de la mujer en el matrimonio romano. Con el transcurrir del tiempo, ésta fue adquiriendo algunas libertades como la de salir de su casa a realizar las compras, ir a los espectáculos públicos, a las termas femeninas o a los templos y si se quedaba viuda, se convertía en sujeto de pleno derecho, pero eso no se veía como una liberación sino como una desgracia ya que la mayoría se quedaban solas e indefensas. Otra obviedad patente dentro de la situación de la mujer era que si el hombre mantenía la casa, gobernaba el estado y lo defendía con las armas, sería ella la que se ocupara de las tareas domésticas del hogar y se convirtiera en la dueña de la casa hasta tal punto, según Cicerón, que ante ciertas matronas romanas no era de extrañar que duros romanos curtidos en grandes batallas se convirtieran en mansos corderitos en su casa. También se encargaba de la educación de los primeros años de vida de los hijos ya que después serían instruidos por el paedagogus. Fuera del hogar, la mujer casada participaba en la vida social, asistía a los banquetes no bebían vino sino mulsum (vino mezclado con miel), se le cede el paso en la calle o asisten a espectáculos públicos como el teatro, anfiteatro o circo y a fiestas religiosas como las Matronalia o Carmentalia.
En definitiva, en mi opinión hay una cierta ambigüedad respecto a la situación de la mujer casada en Roma. Se observa en que por un lado gozaba de ciertas libertades e incluso podía aconsejar a su marido en cuestiones importantes y aunque no participasen en política sí que podían influir bastante, no lo es menos que su papel era el de promover la descendencia y en relación con el repudio y el adulterio, la legislación romana es sumamente injusta y tajante contra ella salvo en la cuestión del divorcio en donde cualquiera de los dos podían pedirlo con ambas partes de acuerdo y hacerlo sin más, aunque la custodia de los hijos, al contrario que hoy en día en donde la mujer normalmente se queda con ellos, era el padre quién los tenía.
Y vosotros, ¿Qué pensáis del matrimonio romano?.
Bibliografía recomendada sobre el tema:
- Apiano. Historia Romana. Ed. Gredos: Madrid, 1994.
- Herreros Gonzáñez, C. y Santapau Pastor, M. C.: "Prostitución y matrimonio en Roma: ¿Unión de hecho o de derecho? en Iberia: Revista de la Antigüedad, nº8, 2005, pp. 89-112.
- Jackson, W. M.: Recuerdos de Roma: el matrimonio romano, un derecho jurídico. 1980.
- Juvenal. Sátiras. Madrid: Ed. Gredos, 1991.
- Suetonio. Vida de los Doce Césares. Ed. Gredos: Madrid, 1992. Critica la moral romana y la degradación de la familia.
- Valerio Máximo. Hechos y dichos memorables. Ed. Gredos: Madrid, 2003.

martes, 15 de junio de 2010

El calendario romano

Tras un breve parón debido a que estado preparando oposiciones y disfrutando de unos días de vacaciones, retomo por fin el blog tratando un tema que, a priori, parece fácil de exponer, pero en realidad es muy complicado por la complejidad que presenta, dada por una secuencia temporal larga (más de mil años) y por la cantidad de información que hay al respecto, difícil de condensar y simplificar (debido a la multitud de fiestas, celebraciones, conmemoraciones, etc.). No obstante, se puede realizar dicha tarea y el resultado, aunque bastante resumido, es el que os muestro a continuación, fruto de una lectura intensiva y de un proceso arduo de elaboración, que espero y deseo que os guste.


El tema en cuestión no es otro que el calendario romano y su evolución a lo largo de la historia de Roma. Si como sabemos, la historia de esta civilización duró más de mil años, el calendario si cabe lo fue más e incluso llega, con modificaciones, a nuestros días, ya que la progresiva evolución que tuvo en tiempos de los romanos llegó después a épocas posteriores que tomaron como referencia esta obra descomunal que por otra parte es una de las herencias más preciosas y precisas de Roma.


Basado mediante la evolución y trabajo de siglos, el calendario romano tiene como punto de referencia el Sol y la Luna y siempre, muy importante, estará ligado a la religión como ordenamiento de los días festivos, fiestas, días consagrados y aniversarios históricos.


El calendario primitivo, antes de que Numa Pompilio introdujese las primeras reformas, constaba de los siguientes elementos: mes, (conocido como mensura o medida) que duraba unos 29 días y medio, de acuerdo con la fase lunar, teniendo al novilunio (luna nueva) y plenilunio (luna llena) el principio y final de la determinación del mes, año, de diez meses, comenzando en marzo (Martius) y acabando en diciembre (December), basado en el primitivo sistema decimal (diez dedos en la mano representado por la x). El sacerdote o pontifex, cada cuarto de luna, determinaba los días por transcurrir hasta el siguiente cambio de luna. En definitiva, era un calendario puramente lunar en donde se ven que solo hay diez meses (marzo a diciembre) considerado como la época activa del año y un periodo de tiempo de diciembre a marzo, que no recibe nombre, no contabilizado dedicado a ritos de purificación colectiva como tránsito de un año a otro.


La primera reforma sustancial fue realizada por Numa Pompilio, segundo rey de Roma y sucesor de Rómulo, dividiendo el año en doce meses, añadiendo los meses de Enero (Ianuarius) y Febrero (Februarius) según el curso de la Luna y lo adaptó al curso del Sol dando como resultado 355 días, al que le faltaban por tanto, para completar el ciclo solar, diez días y un cuarto. Hubo que suplirlos, insertando cada dos años y después del 23 de febrero, un mes intercalar (merkedonius) que tenía alternativamente 22 ó 23 días, además de los cinco últimos de febrero y del Regifugium, festividad que conmemora la huida del último rey de Roma, Tarquinio el Soberbio (24 de febrero).


Los nombres de los meses de este nuevo calendario son los siguientes: Martius (Marzo) en honor a Marte, dios de la guerra y siendo un mes particularmente activo en cuanto a fiestas y celebración y era el primer mes del año, Aprilis (Abril), consagrado a Venus, y en donde se conmemora la llegada de la primavera y la naturaleza despierta, Maius (Mayo), en la que según se dice corresponde a Maya, madre de Mercurio, Iunius (Junio), adjetivo sustantivado de iunius o más joven y relacionado con Juno, esposa de Júpiter, Quintilis (luego sería Julio), llamado así por ser el quinto mes, Sextilis (posteriormente Agosto) o mes sexto, September (Septiembre) o mes séptimo, October (Octubre) o mes octavo, November (Noviembre) o mes noveno, December (Diciembre) o mes décimo, Ianuarius (Enero), el mes de apertura de los trabajos agrícolas y en honor a Jano y por último Februarius (Febrero), mes dedicado a las purificaciones y en honor a Februa, más conocido como Plutón. La duración de los meses era de 31 días para Marzo, Mayo, Julio y Octubre y 29 días para el resto a excepción de Febrero que contaba con sólo 28.


Cada mes, contaba con tres fechas clave: la primera de ellas son las denominadas calendas (Kalendae), que era el día primero de cada mes (luna nueva) en donde el pontifex convocaba al pueblo indicando los días fastos y nefastos y fijaba a la vez la fecha del cuarto creciente ocho días antes de los Idus, conocidas como Nonas o Nundinae, y que normalmente caía en día 5 salvo los meses de marzo, mayo, julio y octubre que caía en el día 7, por ser éstos de 31 días. Por último, los Idus, nombre etrusco que significa día separativo, caía el día 15 en los meses de 31 días y el día 13 en los restantes.

En el año 153 a. C., se realizó una modificación en el calendario en relación con el comienzo del año que hasta entonces empezaba en el primero de marzo, fecha que coincidía con la elección de los cónsules. Este cambio fue debido a las Guerras Celtibéricas que Roma tenía en Hispania en un momento en donde la situación era crítica por los problemas que estaba causando el intento de asedio y conquista de Numancia. Por ello, en vez de esperar a Marzo, se determinó acelerar los nombramientos de los cónsules y situarlos en el primero de enero en el cual, Quinto Fulvio Nobilior, que iba a ser enviado a Hispania fue investido como cónsul para que tuviese tiempo de preparar la campaña.

La segunda reforma del calendario fue realizada por Cayo Julio César en el año 46 a. C., una vez convertido en Dictador vitalicio (conocido como calendario juliano). Recordemos que los meses correspondían al ciclo lunar y el año tenía 355 días con lo que el año lunar, se desfasaba del año solar. Así pues, César, para corregir este hecho, encargó al astrónomo Sosígenes de Alejandría la confección de un nuevo calendario según el ciclo solar. El primer año constó de 455 días para corregir los desfases del calendario anterior, y se conoció como el "año de la confusión" hasta que dos años después, es decir, en el 44 a C., ya se acordó que todos los años tuvieran 365 días y que cada cuatro años se contabilizasen 366 días, con lo que se conocerían como años bisiestos añadiendo un día adicional al mes de febrero. Tras la muerte de Julio César en los Idus de Marzo del 44 a. C., Marco Antonio decidió cambiar el mes de Quintilis por el de Julium (Julio), en honor al Dictador y posteriormente en el 23 a. C., ya siendo Octavio Augusto emperador y por iniciativa del Senado, el mes de Sextilis fue cambiado por el de Augustum (Agosto). Más tarde, Tiberio quiso seguir esta práctica con el mes de Septiembre, pero desistió de ello porque en el momento en que los emperadores hubieran reasignado con su nombre todos los meses, habría que empezar de nuevo cambiando otra vez el nombre de los meses con lo que resultaría especialmente lioso. No obstante emperadores como Calígula quisieron implantar algunas modificaciones como llamar Germánicus al mes de Septiembre o Domiciano llamando Domitianus a Octubre, pero no perduraron y se restablecieron sus nombres posteriores.

Por último, debemos al emperador Constantino en el año 321 d. C., la introducción de los días de la semana y su duración actual que es de 7 días. Si bien fue copiada del calendario lunar judío, implantó el domingo (dies solis) el día de descanso, en vez del sábado como era costumbre judía, debido a que Jesucristo había resucitado dicho día.


viernes, 7 de mayo de 2010

La marina romana

Siempre se ha hablado y escrito mucho sobre el poder y devastación de las legiones romanas, auténticas máquinas de matar que entablaron legendarios combates contra todo tipo de adversarios en cualquier rincón de su vasto imperio y en ocasiones incluso fuera de sus propios límites. Temibles a campo abierto, en donde formaban un todo muy compacto, fueron uno de los principales causantes del ascenso de Roma y de su posterior consolidación como única y omnipotente potencia del Mediterráneo y de buena parte de la Europa Central. Pero no todo se basó en el ejército de "tierra" sino que también existió una marina de guerra que si bien no cosechó tantos triunfos como las legiones, gracias a ella, el Mare Nostrum (nombre que dieron los romanos al Mediterráneo) disfrutó de unos siglos de relativa calma y tranquilidad, en donde comerciantes y navegantes podían casi campar a sus anchas liberados de los posibles ataques piratas.


Pero es bastante poco lo que sabemos de la marina romana, ya que siempre ocupó un pobre papel en el organigrama militar romano y hay apenas estudios monográficos que se refieran a tan interesante tema. Además, hay que añadir que los restos arqueológicos y epigráficos tampoco nos dan demasiada información al respecto, ya que de los primeros en su mayoría son de barcos civiles hundidos destinados al transporte de mercancías y de los segundos apenas sí hay mención. No obstante, se puede a grosso modo realizar un mínimo estudio del desarrollo de la marina romana y de la importancia que tuvo para Roma y para el Mediterráneo.



Los orígenes de la marina comenzaron a finales del siglo IV a. C., periodo en donde la conquista de Italia casi había finalizado (exceptuando la Magna Grecia en el sur) y empezó a poner sus miras hacia el mar. En el 311 a. C., la República romana constituyó un equipo de dos oficiales, llamados duoviri navales (encargados de realizar la flota), y cada uno de ellos mandaba una escuadra compuesta por 10 barcos, probablemente tirremes. Para este periodo de formación, carecemos de fuentes para conocer la actividad de estos escuadrones si exceptuamos la derrota que los romanos sufrieron ante la flota de Tarento en el 282 a. C. No obstante, hay que considerar que la incipiente flota romana aún no estaba preparada para grandes empresas bélicas y muchas veces recurría a ciudades aliadas con tradición marítima (los llamados socii navales) quienes proporcionaban barcos y marineros para la causa romana.







Tirreme romana


El estallido de la I Guerra Púnica en el 264 a. C., hizo variar y mucho, el enfoque que hasta entonces los romanos habían dado a su marina de guerra. El enfrentamiento con Cartago, la otra gran potencia que pugnaba por el dominio del Mediterráneo central y occidental, obligó a los romanos a mejorar su flota ya que el poder del ejército cartaginés residía en el mar, por ello, en el 261 a. C., se ordenó la construcción de una flota de 20 tirremes y 100 quinquerremes (más grandes que los tirremes pero menos maniobrables) añadiendo además un elemento que a la postre resultaría ser decisivo: el corvus. Este nuevo elemento consistía en una especie de pasarela, izada en lo alto de una especie de mástil en la borda, a cuyo extremo iba un garfio de hierro con el objetivo de que atravesara las planchas de la cubierta del barco enemigo, se quedase sujeto y permitiera el abordaje de los soldados. Este nuevo experimento trajo en jaque a los cartagineses, que no pudieron contrarrestarlo de ninguna de las maneras y empezaron a sufrir derrota tras derrota hasta tal punto que la I Guerra Púnica se decidió en el mar a favor de Roma, gracias en gran parte al corvus pero también gracias a la experiencia y entrenamiento que a lo largo del conflicto los romanos adquirieron con el desarrollo de las batallas navales.



Tras la I Guerra Púnica, la supremacía naval fue exclusivamente de Roma y la II Guerra Púnica (218-201 a. C.) sólo hizo certificar este hecho, ya que Cartago rehusó en todo momento entablar combate sobretodo por la superioridad romana en cuestiones de abordaje, por ello, al erigirse como potencia naval única e incontestable se decidió disolver parte de ella, porque no hacía falta mantener a tantos efectivos (debido al gasto que ello conllevaba) y sí reforzar el número de hombres para las legiones romanas. Esto repercutió negativamente a la relativa seguridad del Mediterráneo en donde poco a poco y de manera uniforme, la piratería fue recobrando fuerza hasta que de nuevo la situación se alarmó de tal manera que se hizo necesario mantener a raya a los piratas. Especialmente famosos fueron los piratas cilicios, cuyas bases se situaban en la accidentada costa del sur de Asia Menor y que regularmente realizaban incursiones con barcos rápidos y pequeños como las liburnas o los hemiolas que componían verdaderas flotas navales bajo el mando de almirantes. La situación se tornó grave para Roma cuando las incursiones llegaron a Italia en el 70 a. C., lo que provocó que el Senado tomara medidas. Mediante la aprobación de la Lex Gabinia en el 67 a. C., Pompeyo el Grande, coincidiendo con el inicio de sus conquistas en Oriente, fue el encargado de limpiar el Mare Nostrum de piratas y durante tres años barrió literalmente el Mediterráneo dejando libre a Cilicia con el objetivo de atacar a los piratas huidos. La campaña fue un éxito y Pompeyo fue clemente con los piratas concediéndoles tierras por sus barcos, lo que propició de nuevo el regreso de la tranquilidad y paz al Mare Nostrum.



Las guerras civiles de finales de la República hicieron necesario el uso de la marina de guerra. Tanto Pompeyo como César y más tarde Marco Antonio y Octavio, especialmente éstos últimos, dirimieron la supremacía por el control de Roma no sólo mediante batallas terrestres, sino navales. Sin duda, la más importante y conocida fue la de Accio en el 31 a. C., que supuso la mayor batalla naval jamás librada en la historia de Roma, en donde Agripa, lugarteniente y amigo de Octavio, consiguió vencer a Marco Antonio y Cleopatra, que si bien lograron escapar, abrieron las puertas de par en par para la entrada de Octavio a Egipto y su ulterior victoria frente a Cleopatra. Una vez que Octavio se convirtió en Augusto y se erigió en el nuevo amo del mundo conocido, una de sus principales tareas fue la de crear una armada permanente que se mantendría hasta finales del Imperio, impidiendo el surgimiento de algún rival, transportando ejércitos, oficiales y despachos y suprimiendo a los piratas cuando era necesario. Por ello, creó dos bases importantes, una en Miseno (classis Misenensis) y otra en Rávena (classis Ravennatis) trasladadas a Constantinopla en el 330 d. C., cuando Constantino la hizo nueva capital del Imperio, aparte de otras bases provinciales como la classis Germanica, flota fluvial que controlaba el Rin y el Mar del Norte, la classis Alexandrina, con base en Alejandría (Egipto) o la classis Aquitanica, con sede en Aquitania y que intervino en las guerras cantabro-astures (28-19 a. C.). También existían otras creadas en momentos anteriores como la classis Britannica de época de Julio César con motivo de sus expediciones a las Islas Británicas o la classis Syriaca, establecida por Pompeyo y que controlaba el Mediterráneo oriental.






Por último, añadir que en el transcurso del Imperio, es decir, del 27 a. C. hasta el 476 d. C., tan sólo se libró una batalla naval y fue en el 323 d. C., cuando el emperador de Occidente, Constantino derrotó a su máximo rival Licinio quién al mando de 200 trirremes no pudo hacer nada frente a los 80 barcos ligeros de Constantino, demostrándose que el tirreme era ya historia y que la era de la antigua marina de guerra había llegado a su fin.




Si queréis saber más, he de decir que si exceptuamos la tesis de M. Reddé titulada Mare Nostrum realizada en 1986, no hay casi estudios monográficos sobre este tema, por lo que hemos de remitirnos a obras más generales sobre la historia y estructura del ejército romano. Os recomiendo las siguientes, en donde al menos, viene alguna referencia sobre la marina de guerra romana.



- Anglim, S., et alii: Técnicas bélicas del mundo antiguo (3000 a. C- 500 d. C.): equipamiento, técnicas y tácticas de combate. Madrid: Libsa, 2007.

- Cordente Vaquero, F.: Poliorcética romana (218 a. C-73 d.C.). Madrid: Universidad Complutense de Madrid, 1992.

- Forni, G.: Esercito e marina di Roma antica: raccolta di contributi. Stugartt: Franz Steiner, 1992.

- Goldsworthy, A.: El ejército romano. Madrid: Akal, 2005.

- Le Bohec, Y.: El ejército romano. Barcelona: Ariel, 2007.

jueves, 6 de mayo de 2010

Sobre el origen de los etruscos

Voy a dar comienzo a este blog dedicado a la Historia de Roma hablando primeramente de una civilización que particularmente suscita mi interés y que para muchos es aun una perfecta desconocida: los etruscos. Esta civilización que nació antes que Roma, que se desarrolló en parte de la Italia Central, al oeste de los Apeninos y cuya decadencia coincide con el ascenso de ésta, mostró un notable desarrollo en cuestiones religiosas, literarias y lingüísticas (no en vano se conservan hasta más de diez mil inscripciones, si bien éstas son en su mayoría de carácter funerario) y también en lo que al comercio y relaciones con otros ámbitos culturales ya fueran fenicios y griegos al principio y romanos después.

Pero quizá lo que más atrae de los etruscos y que todavía sigue siendo un enigma es, sin duda, la cuestión de su origen. Hoy en día no se sabe todavía a ciencia cierta cual fue el principio de esta civilización, dicho de otro modo, cuándo y dónde surgió. Este es un problema de difícil solución porque a pesar de la abundancia de inscripciones autóctonas y de fuentes clásicas, casi ninguna de ellas hace alusión a esta cuestión (las que ahora citaré son las únicas que hacen mención) y por tanto, debemos también remitirnos a las investigaciones posteriores sobre este fenómeno.
  • La primera teoría de la que tenemos constancia, y que fue defendida por Heródoto, es la llamada teoría del origen oriental, compartida por los autores latinos Séneca y Tácito y moderadamente por Schachermeyer, en la que estima que los etruscos llegaron a las costas de Italia a través del mar Tirreno, procedentes de Lidia en una época inmediata a la guerra de Troya (s. XII a. C.) debido a una gran carestía en la zona y la imposición de tributos, lo que les obligó a emigrar hacia el oeste en busca de nuevas tierras. Este testimonio de Heródoto es apoyado por el historiador griego Xhantos de Sardi. El problema de ésta teoría radica en que no hay restos arqueológicos que permitan probar la hipótesis oriental, a excepción de una losa sepulcral hallada en Kaminia en donde lleva grabada la figura de un guerrero, armado con una lanza y aparentemente protegido por un escudo circular, fechada en el siglo VI a. C., con dos inscripciones que muestran que hay analogías en cuanto a morfología y léxico con la lengua etrusca (de lo que se sabe hoy por hoy). Entonces, habría que establecer si las semejanzas son accidentales o evidencia de migraciones etruscas. De todas formas, hay que insistir en que la fecha de esta tumba es demasiado tardía como para poder considerarla consecuencia de la migración de los etruscos a Italia. Podríamos también incluir dentro de esta primera teoría, aunque con diferentes actores, la propugnada por Helánico de Lesbos, quién nos dice que un pueblo de origen prehelénico, los pelasgos, fueron expulsados de su país por los griegos y que tras llegar del mar Jónico, tomaron Crotona, a partir de la cual colonizaron el interior, que desde entonces paso a llamarse Tirrenia considerándose como antepasados de los etruscos. Esta teoría también es defendida por Dionisio de Halicarnaso, que consideraba a los etruscos como los habitantes más antiguos de la región que lleva su nombre, habiéndose formado lo que llamaríamos la "nación etrusca" por la gradual y recíproca asimilación de los pueblos que habitaban entre el Arno y el Tíber, si bien Dionisio, no identifica pelasgos con tirrenos, afirmando que son pueblos diferentes a pesar de que unos recibieran el nombre de los otros y al contrario. Esta teoría, se apoya en la lengua, género de vida y costumbres que eran diametralmente opuestas a las de todos los demás pueblos de Italia.
  • La teoría del origen autóctono. Es la que goza de mayor aceptación. Fue Dionisio de Halicarnaso el que dio pie a ésta hipótesis, asegurando que los pelasgos y tirrenos no hablaban la misma lengua, tenían diferentes costumbres y que no poseían ni leyes ni instituciones similares, por lo tanto, eran pueblos diferentes, es decir, que los pelasgos fueron los que llegaron de Oriente, mientras que los tirrenos ya se encontraban en la Península Itálica. Esta teoría tiene apoyo de un importante grupo de investigadores, mostrando mediante una serie de estudios lingüísticos la existencia de un estrato arqueológico "tirrénico" preindoeuropeo, en donde el pueblo etrusco se formó de la unión de estos elementos culturales y étnicos indígenas preexistentes, con los que llegaron a Italia en la Edad del Bronce. Massino Pallotino, el etruscólogo por excelencia (ya fallecido), apoyó la hipótesis, sosteniendo que la cultura etrusca no necesariamente tenía porqué ser identificada con un "pueblo" etrusco procedente o no de otro lugar, sino que el origen sería el desarrollo de un gran sustrato indígena auspiciado con ciertos elementos externos (no niega entonces la influencia oriental), que configuraron la llamada cultura etrusca.
  • La tercera teoría o hipótesis es la teoría del origen septentrional, que es la menos aceptada de todas, que considera que los etruscos llegaron desde el norte de Europa a través de los Alpes basándose en ciertas afinidades entre la cultura "vilanoviana" y las civilizaciones danubianas. El origen de esta teoría se encuentra en un pasaje de Tito Livio aunque fue el francés N. Fréret en 1741 quién dio vigor a la misma. Los defensores de ésta hipótesis insisten en que entre los etruscos y demás pueblos de Italia había diferentes prácticas culturales que se relacionaban con las que se realizaban en la cuenca danubiana como el rito funerario de la incineración y la utilización del hierro. El descubrimiento de establecimientos etruscos en el Alto Adagio y el Alto Milanesado parece probar esta presunción de la teoría del origen septentrional, pero no hay más, y parece ser que su situación indica un recorrido opuesto, es decir, de sur a norte.
  • Una última teoría, expuesta por el profesor ruso Guennadi Grinevich, (teoría del origen protoeslavo) dice que allá por los tiempos prehelénicos, un pueblo protoeslavo, los "risich" o "hijos del leopardo Ras", emparentados con los pelasgos, se estableció en los Balcanes, en Grecia y en algunas islas del Egeo. Las circunstancias les obligaron a emigrar a Occidente, pudiéndose haber instalado en Etruria. En el diccionario del conocido historiador del mundo antiguo Esteban de Bizancio, los etruscos están catalogados entre las tribus eslavas y Helánico de Lesbos los considera como una ramificación de los pelasgos. Esta teoría apenas goza de aceptación.
Para finalizar, ni siquiera las pruebas genéticas realizadas a los habitantes de la moderna Toscana, comparándolas con otras partes del mundo mediterráneo han podido inclinar la balanza hacia una teoría u otra, y ni mucho menos esclarecer este enigma, con lo que en palabras de Massimo Pallotino, "es mejor no aclarar ni su etnia ni su origen, sino cómo, cuando y porqué consiguieron por sí solos un grado de civilización tan desarrollado".
Si queréis consultar bibliografía, os recomiendo los siguientes libros tanto sobre el origen como de la cultura etrusca:
- Cabrero Piquero, J.: Vida y costumbres de los etruscos. Madrid: edimat libros, 2007.
- Walker, J. M.: Los etruscos. Madrid. edimat libros, 2003.
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