Bienvenidos a la apasionante Historia de Roma

A todas aquellas personas que les guste la Historia en general y la Historia de Roma en particular, les doy mi más sincera y afectuosa bienvenida a este blog, en donde a base de pequeños artículos y reseñas pretendo enriquecerles sobre una civilización que si bien nos es muy conocida y estudiada, hay aspectos en donde no lo es tanto, y es ahí donde quiero incidir de manera constante, con el propósito de abrir nuevas perspectivas y enfoques de la Historia de Roma, tratando temas de sumo interés y de gran calado para todos aquellos que visiten este blog. Asimismo, estoy abierto a todo tipo de sugerencias, debates, críticas y opiniones con el objetivo de aprender y mejorar esta nueva andadura, que espero que con el paso del tiempo sea fructífera y cada vez tenga más adeptos. Un cordial saludo.

viernes, 7 de mayo de 2010

La marina romana

Siempre se ha hablado y escrito mucho sobre el poder y devastación de las legiones romanas, auténticas máquinas de matar que entablaron legendarios combates contra todo tipo de adversarios en cualquier rincón de su vasto imperio y en ocasiones incluso fuera de sus propios límites. Temibles a campo abierto, en donde formaban un todo muy compacto, fueron uno de los principales causantes del ascenso de Roma y de su posterior consolidación como única y omnipotente potencia del Mediterráneo y de buena parte de la Europa Central. Pero no todo se basó en el ejército de "tierra" sino que también existió una marina de guerra que si bien no cosechó tantos triunfos como las legiones, gracias a ella, el Mare Nostrum (nombre que dieron los romanos al Mediterráneo) disfrutó de unos siglos de relativa calma y tranquilidad, en donde comerciantes y navegantes podían casi campar a sus anchas liberados de los posibles ataques piratas.


Pero es bastante poco lo que sabemos de la marina romana, ya que siempre ocupó un pobre papel en el organigrama militar romano y hay apenas estudios monográficos que se refieran a tan interesante tema. Además, hay que añadir que los restos arqueológicos y epigráficos tampoco nos dan demasiada información al respecto, ya que de los primeros en su mayoría son de barcos civiles hundidos destinados al transporte de mercancías y de los segundos apenas sí hay mención. No obstante, se puede a grosso modo realizar un mínimo estudio del desarrollo de la marina romana y de la importancia que tuvo para Roma y para el Mediterráneo.



Los orígenes de la marina comenzaron a finales del siglo IV a. C., periodo en donde la conquista de Italia casi había finalizado (exceptuando la Magna Grecia en el sur) y empezó a poner sus miras hacia el mar. En el 311 a. C., la República romana constituyó un equipo de dos oficiales, llamados duoviri navales (encargados de realizar la flota), y cada uno de ellos mandaba una escuadra compuesta por 10 barcos, probablemente tirremes. Para este periodo de formación, carecemos de fuentes para conocer la actividad de estos escuadrones si exceptuamos la derrota que los romanos sufrieron ante la flota de Tarento en el 282 a. C. No obstante, hay que considerar que la incipiente flota romana aún no estaba preparada para grandes empresas bélicas y muchas veces recurría a ciudades aliadas con tradición marítima (los llamados socii navales) quienes proporcionaban barcos y marineros para la causa romana.







Tirreme romana


El estallido de la I Guerra Púnica en el 264 a. C., hizo variar y mucho, el enfoque que hasta entonces los romanos habían dado a su marina de guerra. El enfrentamiento con Cartago, la otra gran potencia que pugnaba por el dominio del Mediterráneo central y occidental, obligó a los romanos a mejorar su flota ya que el poder del ejército cartaginés residía en el mar, por ello, en el 261 a. C., se ordenó la construcción de una flota de 20 tirremes y 100 quinquerremes (más grandes que los tirremes pero menos maniobrables) añadiendo además un elemento que a la postre resultaría ser decisivo: el corvus. Este nuevo elemento consistía en una especie de pasarela, izada en lo alto de una especie de mástil en la borda, a cuyo extremo iba un garfio de hierro con el objetivo de que atravesara las planchas de la cubierta del barco enemigo, se quedase sujeto y permitiera el abordaje de los soldados. Este nuevo experimento trajo en jaque a los cartagineses, que no pudieron contrarrestarlo de ninguna de las maneras y empezaron a sufrir derrota tras derrota hasta tal punto que la I Guerra Púnica se decidió en el mar a favor de Roma, gracias en gran parte al corvus pero también gracias a la experiencia y entrenamiento que a lo largo del conflicto los romanos adquirieron con el desarrollo de las batallas navales.



Tras la I Guerra Púnica, la supremacía naval fue exclusivamente de Roma y la II Guerra Púnica (218-201 a. C.) sólo hizo certificar este hecho, ya que Cartago rehusó en todo momento entablar combate sobretodo por la superioridad romana en cuestiones de abordaje, por ello, al erigirse como potencia naval única e incontestable se decidió disolver parte de ella, porque no hacía falta mantener a tantos efectivos (debido al gasto que ello conllevaba) y sí reforzar el número de hombres para las legiones romanas. Esto repercutió negativamente a la relativa seguridad del Mediterráneo en donde poco a poco y de manera uniforme, la piratería fue recobrando fuerza hasta que de nuevo la situación se alarmó de tal manera que se hizo necesario mantener a raya a los piratas. Especialmente famosos fueron los piratas cilicios, cuyas bases se situaban en la accidentada costa del sur de Asia Menor y que regularmente realizaban incursiones con barcos rápidos y pequeños como las liburnas o los hemiolas que componían verdaderas flotas navales bajo el mando de almirantes. La situación se tornó grave para Roma cuando las incursiones llegaron a Italia en el 70 a. C., lo que provocó que el Senado tomara medidas. Mediante la aprobación de la Lex Gabinia en el 67 a. C., Pompeyo el Grande, coincidiendo con el inicio de sus conquistas en Oriente, fue el encargado de limpiar el Mare Nostrum de piratas y durante tres años barrió literalmente el Mediterráneo dejando libre a Cilicia con el objetivo de atacar a los piratas huidos. La campaña fue un éxito y Pompeyo fue clemente con los piratas concediéndoles tierras por sus barcos, lo que propició de nuevo el regreso de la tranquilidad y paz al Mare Nostrum.



Las guerras civiles de finales de la República hicieron necesario el uso de la marina de guerra. Tanto Pompeyo como César y más tarde Marco Antonio y Octavio, especialmente éstos últimos, dirimieron la supremacía por el control de Roma no sólo mediante batallas terrestres, sino navales. Sin duda, la más importante y conocida fue la de Accio en el 31 a. C., que supuso la mayor batalla naval jamás librada en la historia de Roma, en donde Agripa, lugarteniente y amigo de Octavio, consiguió vencer a Marco Antonio y Cleopatra, que si bien lograron escapar, abrieron las puertas de par en par para la entrada de Octavio a Egipto y su ulterior victoria frente a Cleopatra. Una vez que Octavio se convirtió en Augusto y se erigió en el nuevo amo del mundo conocido, una de sus principales tareas fue la de crear una armada permanente que se mantendría hasta finales del Imperio, impidiendo el surgimiento de algún rival, transportando ejércitos, oficiales y despachos y suprimiendo a los piratas cuando era necesario. Por ello, creó dos bases importantes, una en Miseno (classis Misenensis) y otra en Rávena (classis Ravennatis) trasladadas a Constantinopla en el 330 d. C., cuando Constantino la hizo nueva capital del Imperio, aparte de otras bases provinciales como la classis Germanica, flota fluvial que controlaba el Rin y el Mar del Norte, la classis Alexandrina, con base en Alejandría (Egipto) o la classis Aquitanica, con sede en Aquitania y que intervino en las guerras cantabro-astures (28-19 a. C.). También existían otras creadas en momentos anteriores como la classis Britannica de época de Julio César con motivo de sus expediciones a las Islas Británicas o la classis Syriaca, establecida por Pompeyo y que controlaba el Mediterráneo oriental.






Por último, añadir que en el transcurso del Imperio, es decir, del 27 a. C. hasta el 476 d. C., tan sólo se libró una batalla naval y fue en el 323 d. C., cuando el emperador de Occidente, Constantino derrotó a su máximo rival Licinio quién al mando de 200 trirremes no pudo hacer nada frente a los 80 barcos ligeros de Constantino, demostrándose que el tirreme era ya historia y que la era de la antigua marina de guerra había llegado a su fin.




Si queréis saber más, he de decir que si exceptuamos la tesis de M. Reddé titulada Mare Nostrum realizada en 1986, no hay casi estudios monográficos sobre este tema, por lo que hemos de remitirnos a obras más generales sobre la historia y estructura del ejército romano. Os recomiendo las siguientes, en donde al menos, viene alguna referencia sobre la marina de guerra romana.



- Anglim, S., et alii: Técnicas bélicas del mundo antiguo (3000 a. C- 500 d. C.): equipamiento, técnicas y tácticas de combate. Madrid: Libsa, 2007.

- Cordente Vaquero, F.: Poliorcética romana (218 a. C-73 d.C.). Madrid: Universidad Complutense de Madrid, 1992.

- Forni, G.: Esercito e marina di Roma antica: raccolta di contributi. Stugartt: Franz Steiner, 1992.

- Goldsworthy, A.: El ejército romano. Madrid: Akal, 2005.

- Le Bohec, Y.: El ejército romano. Barcelona: Ariel, 2007.

2 comentarios:

  1. Generalmente leemos algo sobre las legiones romanas, pero no sobre la marina, por lo que éste artículo me ha parecido de gran interés. Un saludo.

    ResponderEliminar